El banquero filántropo

Una tarde un famoso banquero iba en su enorme limusina, cuando vio a dos hombres a la orilla de la carretera comiendo césped. Muerto de curiosidad, ordenó a su chófer detenerse y bajó a investigar.

banqueros

Le preguntó a uno de ellos:

-¿Por qué están comiéndose el césped?.

-No tenemos dinero para comida, por eso tenemos que comer césped.

-Bueno, entonces vengan a mi casa que yo los alimentaré -dijo el banquero.

-Gracias, pero tengo esposa y dos hijos conmigo. Están allí, debajo de aquel árbol.

-Que vengan también -dijo nuevamente el banquero.

Volviéndose al otro pobre hombre le dijo:

-Vd. también puede venir.

El hombre, con una voz lastimosa, dijo:

-¡Pero, señor, yo también tengo esposa y tres hijos conmigo!

-Pues que vengan también -insistió el banquero.

Entraron todos en el enorme y lujoso coche. Una vez en camino, uno de los hombres miró al banquero y le dijo:

-Sr., es usted muy bueno. ¡¡¡Muchas gracias por llevarnos a todos!!!.

El banquero le contestó:

– ¡Hombre, no tenga vergüenza, soy muy feliz de hacerlo!. Les va a encantar mi casa…. ¡El césped tiene como veinte centímetros de alto!.

Moraleja: «Cuando creas que un banquero te está ayudando, piénsalo dos veces«.

 

Por cortesia de Gatos Sindicales

«Utopía», de Tomás Moro

«¿No es injusto el país que a los nobles, que así llaman a los banqueros y demás gente parásita, o aduladora, les concede placeres frívolos y sin necesidad, mientras contempla sin pestañear a los labradores, carboneros, peones, carreteros y artesanos, sin los cuales no habría ninguna república? […] ¿Qué añadiré de los ricos que recortan cada día un poco más del salario de los pobres, no sólo fraudulentamente, sino amparados por las leyes? De esta forma, la injusticia que originaba al recompensar tan mal a los que eran más merecedores de la sociedad, se convierte, por obra de estos perversos, en justicia al ser refrendada por una ley.

De esta forma, cuando contemplo estas naciones que actualmente florecen por doquier, no veo en ellas, y Dios me salve, otra cosa que las malas artes de los ricos, que realizan sus negocios bajo pretexto y en nombre de la comunidad. Imaginan e inventan todas las trampas posibles, tanto para almacenar –sin temor a perderla– la mayor riqueza adquirida ilícitamente, como para obtener al menor precio posible las obras a costa de los sudores de los pobres haciéndolos trabajar como bestias. Y estas perversas intenciones las dictan los ricos como ley en nombre de la sociedad, y de los mismos pobres, por tanto.

Sin embargo, esos perversos seres, aun después de repartirse con insaciable avaricia lo que sería suficiente para las necesidades de todos, están muy lejos de la felicidad que se disfruta en la república de Utopía. Allí, eliminado el uso del dinero y con él la codicia, ¡cuántos males no se evitan y cuántos crímenes son extirpados! ¿Quién no sabe que fraudes, robos, rapiñas, riñas, tumultos, sediciones, asesinatos, traiciones, envenenamientos, castigados pero no evitados con tormentos, desaparecerían al mismo tiempo que el dinero? Y de esta forma el miedo, los temores, las angustias, los cuidados, las vigilias desaparecerían al mismo tiempo que el dinero, y la misma pobreza, única que parece que necesite el dinero, si fuera eliminado éste, también disminuiría.

[…] Tan fácil como sería alimentar a todos si no fuera por el bendito dinero, creado para abrirnos el camino de la abundancia, pero que en realidad nos lo cierra»

Tomás Moro ‘Utopía’ (1516, dos siglos y medio antes de la publicación de ‘La Riqueza de las Naciones’ de Adam Smith)