El fantasma de los índices de audiencia

Mucha gente se habrá preguntado cómo se sabe que más de 25 millones de espectadores siguieron en su día la retransmisión de la boda de los Principitos, o quién mide los 5 millones que no se pierden cada semana tal o cual partido de fútbol. También a mi me picó la tarántula y esto es lo que he descubierto acerca de las maléficas audiencias, que tienen en pie de guerra a las cadenas.
 
Parece ser que desde abril de 2009 las mediciones se realizan a través de 4.500 audímetros, pequeños ordenadores conectados a los televisores de hogares de toda España, repartidos aproximadamente de la siguiente forma: 540 en Andalucía, 540 en Cataluña, 390 en Euskadi, 390 en Galicia, 450 en Madrid, 400 en Valencia, y así sucesivamente en proporción al número de habitantes de cada comunidad.
 
De este sistema se encarga TN Sofres y se emplea en todo el mundo. Esta empresa instala, controla y analiza los datos que generan 13.500 individuos y los pasa directamente a sus clientes, cadenas y anunciantes a cambio de un buen pico. Las familias seleccionadas –que se revisan cada cuatro años– reciben regalos a cambio de que indiquen, apretando un botón del mando, quién está viendo la televisión y qué programa en cada momento. Este proceso es naturalmente voluntario para las familias, con el fin de proteger su privacidad, pero también para asegurar una clientela adicta a la pequeña pantalla y unos resultados similares (de poco serviría un medidor de audiencia en casa de alguien que no frecuente la TV). En 1989 comenzó este alucinante sistema en España con unos 600 aparatos, luego fueron aumentando y adaptándose a nuevas realidades, como la televisión digital. Desde entonces, esos datos tan fácilmente manipulables han decidido el futuro de los programas y el mejor lugar para los anuncios.
 
Una cantidad tan reducida de aparatos y un sistema tan simple para medir los gustos de un país entero es un empeño que resulta absolutamente escalofriante, más si tenemos en cuenta que en todos los Estados Unidos sólo hay 12.893, y en China 14.164. Para hacernos una idea es como si revisaran el ascensor de nuestra finca cada cincuenta años. Pero así son las encuestas. Ellos dicen que esta cifra es suficiente, entre otras cosas porque es la única. Sofres hace un sofrito de información, pues dispone del monopolio de la audiencia, la empaqueta, la promociona convenientemente y la vende. Las familias son seleccionadas como tipos medios representativos de la realidad social o política, como grupos de opinión, realidad que se hace presente por televisión, de ahí que el reparto del tiempo para la publicidad y la programación se mida por volumen de espectadores. Es un buen ejemplo de que nuestros medios de comunicación y la empresa de los audímetros tratan al público como mera mercancía.
 
Más si tenemos en cuenta que entre las mediciones no se incluye a las televisiones por cable, las verdaderas televisiones privadas, pues las otras están totalmente subordinadas a las castas políticas, con lo cual se descarta conscientemente una parte de la sociedad susceptible de un mayor nivel económico y cultural, que elige, suscribe y paga la programación que prefiere, no la que aparece en antena cuando sintonice los canales, con el objetivo de que la telebasura y las programaciones más zafias figuren siempre entre las emisiones más seguidas. Otro dato revelador: el último Madrid-Barça dio en audímetros apenas un ridículo millón de espectadores, porque las mediciones no tienen en cuenta bares y otros establecimientos públicos. Y así sucesivamente.
 
Con lo cual podemos hacernos una idea del criterio de veracidad de los índices de audiencia publicados en esos mismos medios y de su nivel de credibilidad, sólo válido si consideramos a la población en tanto que “paquetes de clientes”, como gusta decir a los inversores. Y puede también llevarnos a una reflexión más honda acerca de conceptos repetidos hasta la saciedad, tales como interés general, voluntad popular o libertad de expresión, conceptos carentes de sentido o de significado en el mundo de hoy, y que se encuentran en la raíz misma del sistema democrático, por lo menos de la democracia representativa.
 
Evidentemente las mediciones son mentira, pero es verdad que la información sigue siendo aquí un mero producto.

Cómo nos timan con los 905

Llamar a uno de esos concursos de TV que dan como premio dinero en metálico al contestar una pregunta de perogrullo es una tentación para los incautos. Pero en lugar de ese supuesto dinero fácil, suelen llegar desagradables sorpresas en la factura telefónica. Vienen siendo ya miles los casos de personas que reconocen haber hecho una llamada tras la cual se les cobran cientos de comunicaciones por otroscientos de euros.

Se trata de una estafa que se realiza por el uso fraudulento de las líneas telefónicas y de un prefijo en particular, el 905. Si bien ya existían desde hace años, estos concursos se han multiplicado desde la implantación de la TDT. A falta de contenidos televisivos, los nuevos canales se han cubierto con docenas de formatos similares: un presentador insiste a los ingenuos espectadores a que marquen el 905 en cuestión para responder la estupidez que corresponda. Los memos que muerden el anzuelo pueden quedarse pegados al aparato en su intento por participar, pues la mecánica es farragosa y de imposible comprensión. El espectador que quiera dar una respuesta debe entrar en un supuesto sorteo que puede depender del número de llamadas o de cualquier otra cosa. Además son espacios que se anuncian como si fueran en directo, pero suelen ser grabados previamente. Hasta la OCU ha reconocido que estos programas son un fraude y un atentado a la inteligencia. Se trata de una estafa flagrante tolerada por la Secretaría de Estado de Comunicaciones que no hace el menor amago de intervenir debido a lo mucho que les beneficia que sigan funcionando.

Además de las productoras y canales televisivos, Telefónica y el resto de operadores reciben 12 céntimos por llamada y Hacienda se queda con otros 30 en concepto de IVA. Las operadoras no pueden, aunque así lo solicite el cliente, restringir las llamadas salientes a los números 905, cosa que si es posible hacer con otros prefijos de tarificación adicional. Estos números son los que comienzan con los prefijos 803 (para los contactos personales y servicios para adultos en general), 806 (ocio y entretenimiento, concursos de TV, tarot) y 807 (servicios profesionales, médicos, compañías aéreas).

Las productoras desvían sus programas a números que empiezan por 905, menos regulados y controlados que los 806, que corresponden a concursos. Es lo que suele llamarse un vacío legal, en particular por quienes ningún interés tienen en que se regule. Las telefónicas se lavan las manos, el gobierno y las cadenas también. Pero todos mienten como putas. Las telefónicas sí pueden bloquear el número, como hacen cuando un cliente insiste o amenaza con demandarles, el gobierno debería considerar los 905 como números de tarificación adicional, pues ese es el uso que se les da en los concursos, y las cadenas utilizan un prefijo cuando ya existe otro.

Los 905 también son utilizados para otros timos con mecánicas similares vía móvil: clientes de telefonía reciben mensajes del tipo: “Has sido seleccionado para un premio, etc”, o “tienes un mensaje de voz, para escucharlo llama al número tal y tal…” Ante este tipo de abusos debemos andarnos con mucho ojo y prestar especial atención a los niños y ancianos, porque el cebo de la facilidad de las respuestas constituye un riesgo mayor para las personas más vulnerables y menos formadas o habituadas a las nuevas tecnologías.

La mano visible del mercado invisible

Según la ley no está permitida la publicidad que no se ajusta a la realidad o que puede llevar al público a la confusión, lo cual es una cuestión que tiene más miga de lo que parece. El tema de fondo es la ubicuidad del mercado, que lo convertiría en invisible de no ser por la existencia de la publicidad. No podemos ver el mercado porque está en todas partes, como el aire, pero sabemos de su presencia por la publicidad. Invirtiendo los términos y los buenos sentimientos del liberalismo económico, se trataría de que la publicidad es la mano visible del mercado invisible, porque hasta el menos avezado de los publicistas sabe que la principal función de la publicidad comercial consiste justamente en confundir al espectador, engañarlo, convencerlo de que sólo consumiendo puede ser feliz, siquiera sea aparentemente. Toda publicidad debería estar prohibida, lo cual es imposible. Esta es la razón de que los 8 días de oro y la Semana Fantástica de el Corte Inglés duren 14 días, por mencionar dos ejemplos de los más inocuos.

¡Gracias, Gracián, qué gracia!

De la obra Oráculo manual y arte de prudencia de Baltasar Gracián, dijo Nietzsche: “Europa nunca ha producido nada mejor en temas de sutileza moral”; La Rochefoucauld imitó su contenido; y Schopenhauer confesó que era “absolutamente único…, un libro escrito para uso constante, un compañero de vida especialmente hecho para quienes desean prosperar en el gran mundo”. A las lumbreras de Europa sólo les faltó decir: ¡Gracias, Gracián, qué gracia! Pues qué dirán de El Criticón… (Se adelanta Schopenhauer: “El mejor libro del mundo”).