Una de Schopenhauer misógino

“El deseo de conocer dirigido a lo general se llama Wissbergier, deseo de saber; a lo aislado, curiosidad. Los muchachos demuestran lo primero;  las niñas lo segundo, pero en un grado estupendo, y a menudo con una ingenuidad repugnante. Ya en esto se ve la propia inclinación del  género femenino por el detalle y su insensibilidad por lo general”. Arthur Schopenhauer

455.568 mangantes

En España hay 8.812 alcaldes, 65.896 concejales, 1.031 diputados provinciales, 650 diputados y senadores, 1.206 parlamentarios autonómicos y unos 150 responsables de cabildos y consejos insulares. Es decir, casi 80.000 cargos electos, directos y selectos.

Pero es que además tenemos unos 200.000 o más metidos a dedo, como cargos de confianza, asesores, dirigentes de órganos de gestión y organismos internos, representaciones internacionales, empresas públicas y semipúblicas, consorcios, fundaciones y mancomunidades y, por supuesto, cajas de ahorros.

Y de aquí a su vez, nuevos nombramientos en puestos cercanos o lejanos, a base de conmilitones, parientes, amigos y enchufados de los sindicatos afines. Ya se sabe que no hay mejor currículum que un familiar político. Es la endogamia, la nomenclatura, la casta, la troika con la que se cuidan y protegen los intereses propios y sobre todo los de los propios partidos. Todo lo contrario de la auténtica actividad política, que se cuida de los intereses públicos, no de los particulares.

El caso es que según informaciones oficiosas, logicamente pues no hay otras, existen en España 455.568 políticos, que de forma directa o indirecta viven de toda esta morralla política, pagados con dinero público. Casi medio millón en un país de 47 millones de habitantes. Serían unos 300.000 más que en Alemania, con 81 millones de habitantes.

Es lo que podemos llamar la burbuja política, que a todos los efectos es la que ha hundido verdaderamente el país, junto con la burbuja inmobiliaria, las de las cajas de ahorro y alguna otra que se nos escapa. Fenómeno también conocido por los ingenuos y tendenciosos como “la crisis”.

Hoy, homenaje a los Ramones

Concretamente, Ramón Gómez de la Serna, Ramón María del Valle-Inclán y Juan Ramón Jiménez, gloria y prez de las letras hispanas… ¡Hey ho, let’s go!!!

Mucho más juveniles y marchosos que los Joey, Johnny y Dee Dee, pioneros del punk de garaje americano… Dónde va a parar…

 

Ilustración: Pablo Gallo

http://elblogdepablogallo.blogspot.com.es/2009/11/h-i-p-e-r-h-i-b-r-i-d-o-s-los-ramones.html

«Nuestro primer recuerdo es a los tres años y cuatro meses»

Entrevista a Martin A. Conway, investigador de la memoria. Ha sido profesor en la UIMP Barcelona

Tengo 60 años y empiezo a lograr un nivel óptimo para mi bienestar al usar mi memoria: su fidelidad a los hechos es cada vez más irrelevante. Nací en Darlington, Inglaterra. Investigo y enseño en la Universidad de Leeds. Para aprender, el arte y la ciencia son igual de necesarios.

Cuál es su primer recuerdo?
Juego a fútbol en el jardín.

¿Cómo sabe que sucedió?
No sé. Nadie sabe si lo que recuerda sucedió en realidad. Tal vez sí jugué o tal vez oí un día a mi madre: ‘Martin de niño jugaba a fútbol en el jardín’, y me imaginé a mí mismo jugando a fútbol. Esa imagen sería falsa; pero el recuerdo, no.

¿Hay algún modo de distinguir en un recuerdo lo real de lo imaginado?
No, porque la verdadera función de la memoria no consiste en recordar lo real.

Entonces, ¿para qué nos sirve?
Para darnos identidad y construir nuestro yo. Si el recuerdo es real o no es secundario.

¿Un recuerdo falso es igual de útil?
Sirve también para forjar esa identidad propia que nos permite interactuar con otros yo y así poder cooperar y sobrevivir.

¿Pero usted se ve a sí mismo jugando?
En nuestro recuerdo evocamos una imagen de nosotros mismos no siempre veraz.

¿Nos recordamos más guapos?
Nuestra imagen en un recuerdo suele ser mejor que la real, pero sobre todo es coherente con lo que creemos ser. Si me creo guapo, en el recuerdo seré más guapo de lo que era; pero si me creo feo, pero listo, me recordaré así más que como era en realidad.

¿Por qué recordamos unas cosas y otras no?
Recordamos los episodios consistentes con el conjunto de nuestro discurso biográfico, que es el que consolida nuestra identidad.

¿Eres lo que recuerdas de ti mismo?
Construimos nuestra memoria e identidad a la vez y al hacerlo también limitamos y enmarcamos lo que llegaremos a ser. Recordamos en el presente nuestro pasado y al hacerlo también prefiguramos nuestro futuro.

¿Cómo?
Si me recuerdo jugando a fútbol ya prefiguro una identidad de fuerza física. Si, en cambio, prefiero evocarme jugando al ajedrez, me construyo una identidad más reflexiva.

¿Cómo sabe todo eso?
Experimentamos. Por eso, sabemos que el primer recuerdo de los individuos de sociedades individualistas es más temprano que el de sociedades más gregarias.

¿El primer recuerdo de los japoneses es más tardío que el nuestro?
En Occidente nuestro primer recuerdo evoca un episodio biográfico sucedido de promedio a los tres años y cuatro meses. En cambio, el primer recuerdo de los asiáticos suele referirse a episodios de los cinco años.

¿De antes no recordamos nada?
Constatamos que un niño de seis años, por ejemplo, recuerda episodios anteriores, pero luego los olvida y, a los 10 años, cuando le preguntas por un primer recuerdo, evoca uno de los tres años y cuatro meses.

Es fascinante.
Asia y Occidente siguen estrategias bioevolutivas de cooperación diferentes. La madre occidental habla a su hijo como individuo -así ya le inicia el yo- antes que la asiática.

¿Cuándo empezamos a tener yo?
A los 24 meses sucede algo en nuestro cerebro que nos permite empezar a reconocernos como yo en el espejo. Así arranca el proceso que nos permitirá distinguir entre el yo sujeto y el mí objeto, Y llegamos a distinguirnos poco a poco en el Yo muerdo, pero también en el A mí me mordían.

¿La memoria varía según la lengua?
Los bilingües, cuando piensan en su primera lengua, tienen un primer recuerdo anterior al que tienen si piensan en la segunda.

¡Es verdad! ¿Y por qué?
Está relacionado con el momento de aprendizaje de las palabras. Porque la palabra es la llave del recuerdo. Le diré una palabra y dígame qué le sugiere: Restaurante. ¡Pero no se lo piense! Diga lo que se le ocurra…¡Ya!

¿Restaurante? Me dormí en una cena.
Si puede evocarlo es porque conoce la palabra restaurante. Un niño no recuerda algo hasta que aprende la palabra llave con la que clasifica ese recuerdo. Antes también almacena recuerdos, pero no podrá evocarlos hasta que no aprenda su palabra llave.

Sólo puedes evocar haber ido en bici desde el día que aprendes a decir bici.
Por mucho que antes ya fueras en bici.

¿Por qué contamos nuestra vida?
Porque disfrutamos contándola: la naturaleza nos gratifica con oxitocinas cuando explicamos -y nos explicamos otra vez- nuestra vida a alguien y de ese modo también haremos que los demás nos cuenten la suya. Es una estrategia de cooperación.

Si es que te dejan meter baza.
…Por eso, la cultura -escuchar es educado- refuerza esa tendencia cooperativa.

Leí que hablar de uno mismo activa los mismos circuitos de placer que el sexo.
Cierto, pero, además, ese placer para el ego dura más que el del sexo.

¿Por qué los viejos pierden memoria?
En realidad no es que la pierdan. Lo que sucede es que, con los años, aprenden a disfrutarla más y mejor que los jóvenes.

¿En qué sentido?
Son expertos en utilizar su memoria para maximizar su bienestar. Han aprendido a seleccionar qué prefieren recordar y a reinterpretarlo eliminando las incongruencias de lo sucedido con la imagen que se han construido de sí mismos. No es que se mientan: es que saben cómo contarse qué pasó.

A veces la memoria de los mayores también coincide con los hechos.
Sólo a veces y sólo en parte, afortunadamente. Por eso, cuantos más años tienes, más disfrutas contando tu -y subraye ese tu- vida. Y cada vez más a tu manera.

 

Fuente: http://www.lavanguardia.com/lacontra/20120709/54323042797/la-contra-martin-a-conway.html